Marcos Reiñanco I.
Psicólogo Clínico
MBA con especialización en Salud con pasantía en la Universidad de Harvard.
A medida que se va desarrollando la pandemia del COVID-19, unas de sus tantas consecuencia ha sido el aumento de la Violencia Intrafamiliar, la que mayoritariamente afecta a las mujeres, la denominada violencia de genero. Las cifras de denuncias o llamados de alerta por los distintos canales de comunicación de ayuda puestos a disposición por los gobiernos, aumentaron considerablemente en tiempos de cuarentena, donde la mayoría de las víctimas se ven obligadas a pasar más tiempo con su agresor.
La literatura científica nos dice, que a pesar de los múltiples esfuerzos y preocupaciones por disminuir las desigualdades de género, la Violencia Intrafamiliar (violencia doméstica) es altamente frecuente. Estudios internacionales han mostrado que su prevalencia puede llegar a 70%1. Ya sea de forma psicológica, física o sexual, la VIF se ha asociado a mayores gastos en salud y a una mayor tasa de prevalencia de diversas patologías de salud mental, tales como trastornos de ansiedad, trastornos por abuso de sustancias y trastornos anímicos.
La violencia hacia la mujer es un suceso muy complejo, con orígenes multifactoriales; uno de ellos es la permanencia de patrones conductuales de estructuras jerárquicas patriarcales que reproducen una cultura donde las mujeres son vistas como personas inferiores y no tenidas en cuenta para la toma de decisiones. Prueba de ello son las reiterativas violaciones a los derechos de las mujeres se desarrollan en tiempos de paz como en tiempos de conflicto, atendiendo a diversos contextos y a imaginarios culturales similares, que limitan y atentan contra la libertad femenina y el desarrollo de sus capacidades. Muchas mujeres se ven afectadas con este fenómeno por varios factores, como la baja escolaridad, lo que genera menos oportunidades laborales y dependencia económica de sus parejas o esposos, familias disfuncionales, baja autoestima, experiencias de violencia en la familia de origen, uso de alcohol y drogas, sobrecarga de roles en la familia, entre otras cusas consideradas de riesgo.
Las consecuencias de la violencia contra las mujeres son muchas e influyen en todos los aspectos de su vida, su salud y la de sus hijos y se extienden, además, al conjunto de la sociedad. A su vez el impacto de la violencia sobre la salud mental de las mujeres presenta consecuencias devastadoras, más aun cuando esta comienza a temprana edad dejando en algunos casos secuelas de por vida, como elevada incidencia de tensión nerviosa, ataques de pánico, trastornos del sueño, alcoholismo, abuso de drogas, baja autoestima, trastorno por estrés postraumático y depresión. Esta situación se convierte en un relevante factor de riesgo para su propia salud, la de sus hijos y su familia, impidiendo el buen funcionamiento familiar.
Ante esta realidad, es necesario impulsar y actuar en todos los países con políticas públicas estatales concretas y de largo plazo, desde el punto de vista educacional con campañas de promoción de los canales y redes de apoyos para las víctimas de VIF. Además de sensibilizar a la población para su prevención y alerta ante situaciones de riesgo. Finalmente en las manos de la sociedad actual está la oportunidad y desafío de romper con los patrones trasgeneracional de violencia, para avanzar en equidad, inclusión y justicia social.
Referencias.
- Devries K, Watts C, Yoshihama M, Kiss L, Schraiber LB, Deyessa N, et al. Violence against women is strongly associated with suicide attempts: evidence from the WHO multi-country study on women’s health and domestic violence against women. Social Science & Medicine 2011; 73 (1): 79-86.
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