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Venezuela y “nueva” la era de la educación a distancia

El salón de clases es otro ritual que tambalea gracias a la nueva normalidad. El aula -ese espacio físico, simbólico y omnipresente para aprender en colectivo desde la primera infancia hasta cualquier edad de la madurez- ha sido erradicado temporalmente de la vida cotidiana en todo el mundo en beneficio del distanciamiento social. La sola acción de no estudiar junto a otros, frente a un docente, un pizarrón, y en un territorio que de forma deliberada está dedicado y demarcado para tal fin, plantea un cambio de paradigma sobre los modos en que el mundo de hoy entiende el proceso de enseñanza-aprendizaje e incluso el propio devenir de la vida: estar en clase, como estar en familia, es una experiencia común de casi todos los seres humanos más allá de su origen o cultura.

Ante ese panorama de ruptura civilizatoria pero sabiendo que incluso en pandemia el impulso primario por aprender no desaparece, internet ha facilitado el uso de una metodología que siglo y medio atrás se inventó para atender clases por correspondencia: la educación a distancia, artilugio de las feministas para sortear la exclusión expresa del aula y el consecuente encierro dentro del hogar y sus oficios inherentes ¿Pero realmente se puede aprender en solitario? ¿Qué significa estudiar fuera de la escuela?

El paradigma del aula

Desde la antigua Grecia el ser humano ya estudiaba en grupos y atendía conocimientos emanados de un profesor. Aristóteles, por ejemplo, en el año 335 antes de Cristo desarrolló lo que llamó la escuela peripatética, en la cual él y sus estudiantes iban leyendo, debatiendo y reflexionando sobre cuestiones de la vida y la naturaleza pero no en pupitres ni entre muros, sino en un jardín y al tiempo que caminaban en manada. Quien es considerado padre de la filosofía occidental fundó así el Liceo, nombre que subsiste hasta hoy para denominar el espacio de aprendizaje de quienes ya no son niños. No obstante, esta forma de escuela griega, que más que escuela era un espacio para debatir y analizar con base en vivencias, observación y lecturas de forma multidireccional, era libre, abierta y en general para adultos (y solo hombres, claro está).

El aula tal como la conocemos hoy es un invento mucho más reciente. Le fueron dando forma los bizantinos, conocidos como el Imperio Romano de Oriente con epicentro en Constantinopla (hoy Estambul). Este pueblo, inspirado en la antigua Grecia, implantó en la Edad Media el primer modelo de educación formal desde la infancia con programa temático, niveles según la edad y disciplina asociada. Bizancio también fue uno de los pueblos pioneros de la universidad como modelo, fundando la Universidad de Constantinopla, una de las primeras de la historia, en el año 340 con el nombre de Pandidakterion. El alma mater sobrevivió hasta la caída del imperio bizantino en 1493, un año después del primer viaje de Colón a América.

Fuera de la historia occidental las experiencias son igualmente amplias y diversas. Pueden mencionarse la Escuela de las Alfombras, en la que se enseñaba hebreo en grupo a los niños judíos, la escuela de la China ancestral o del antiguo Egipto, donde también se aprendía en colectivo desde la infancia.

A la educación moderna occidental se le atribuyen varios padres, entre ellos el teólogo checo Comedio (1592-1670), el sacerdote francés Juan Bautista de La Salle (1651-1719) y el inglés Joseph Lancaster (1778-1838).

Juan Bautista La Salle es considerado uno de los padres del modelo educativo moderno

Pero independientemente del modelo y de la civilización, la gran ruptura en cuanto al modelo educativo con el cual inició el régimen universal del aula de clases en sentido estricto sucedió con la Revolución Industrial.

Antes de eso, dado que la educación no se entendía en un sentido de formación para el ejercicio de la vida, aparte de lo que podía aprenderse en aulas, fueran éstas las que fueran, los pobres aprendían en familia transmitiendo el conocimiento de los oficios de generación en generación, mientras que los ricos entregaban la formación de los jóvenes a un preceptor o tutor que transmitía en sesiones particulares, viajes y experiencias su visión de mundo y de los principios de una sociedad de la cual eran amos y la que debían dominar por mandato divino. Es decir, si eras pobre aprendías ciencia, matemáticas o poesía por placer, pero la escuela que garantizaba el sustento estaba en casa y era esa la obligatoria.

Con la modernidad, cuando las clases bajas ya no necesitaron reproducir oficios porque se convirtieron en obreros de fábrica, los niños también dejaron de ser educados bajo esta norma y, al tiempo que eran usados como mano de obra barata, los Estados nación comenzaron a observar la necesidad de institucionalizar un sistema para su formación colectiva, de modo tal que existiera un modelo estándar de ciudadano. Es allí cuando nace el sistema educativo moderno ¿represor o liberador? Es esa otra discusión y otro reportaje.

En Venezuela, por ejemplo, más allá de experiencias educativas como la de Simón Rodríguez, que ejerció tanto de preceptor como de maestro de escuela, y de la educación religiosa que también estableció sus estructuras, la educación pública institucionalizada como política de Estado data de 1870, cuando se crea el Ministerio de Educación por mandato de Guzmán Blanco, quien establece por decreto la instrucción pública, gratuita y obligatoria. A partir de allí lo demás es historia (hasta 2020).

Fuera del aula

Todo lo relatado hasta este párrafo tuvo un denominador común, y es la exclusión de la mitad de la población: las mujeres. La población femenina en todas sus edades estuvo históricamente excluida de toda forma de educación formal o informal fuera de lo que estrictamente incumbía al hogar hasta entrado el siglo XX. Volviendo a la antigua Grecia hay un ejemplo ensordecedor, el de Hipatia de Alejandría (360-415 antes de Cristo), eminente filósofa, matemática y astrónoma linchada por cristianos que por ser una mujer letrada la consideraron pagana.

Las mujeres occidentales que manifestaban interés en el conocimiento científico, en las letras o en cualquier otro aspecto de la vida fuera del matrimonio o las labores domésticas tenían sólo dos destinos posibles: la hoguera o el convento. En el segundo había, primero que todo la preservación de la vida, y en adición tiempo y “libertad” para estudiar. Esta experiencia está ampliamente documentada en la vida de la poeta y religiosa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695). La detallada biografía de este particular personaje hecho por Carlos Fuentes en el libro Los martirios de la fe (que tiene su respectiva serie en Netflix) da cuenta de este testimonio que fue el de miles.

Es en este punto de la historia que entra un personaje olvidado por la historia pero que es madre de la educación a distancia: la norteamericana Anna Eliot Ticknor (1823–1896).

A la feminista norteamericana Anna Eliot Ticknor se le atribuye la educación a distancia aplicada a las clases populares

Ella buscó sortear con educación a través del método que ideó el aislamiento social, entonces no impuesto por una pandemia sino por el régimen represivo que le había sido otorgado (y aún hoy) de forma inconsulta a sus congéneres desde tiempos inmemoriales: el encierro dentro del hogar.

Encabezó la Society to Encourage Studies at Home (Sociedad para incentivar los estudios en el hogar), fundada en Estados Unidos en 1873 y primera entidad en acuñar el término de “educación a distancia” con la cual se educaba por correspondencia a las mujeres en materias de diversos tópicos sociales y científicos. Estaba inspirada en una escuela similar fundada en Londres un poco antes pero que estaba solo dedicada a mujeres de clase alta que además, aparte de estudiar por correspondencia debían cumplir con ciertas clases y exámenes presenciales. Ticknor eliminó esta prerrogativa además de poner su centro fundamental en el trabajo de instrucción de mujeres pobres en materias como matemáticas, historia, ciencias e inglés.

En 24 años de labores la escuela educó a distancia a 7.086 estudiantes y contó con unos 200 docentes por correspondencia.
A partir de allí la educación no presencial se fue popularizando, y con el arribo de medios de comunicación como la radio y mucho después la televisión, se fue reinventando. En Venezuela son célebres los esfuerzos hechos por Fe y Alegría en este ámbito. Y hoy con internet y el remozado nombre de e-learning, las posibilidades se hacen casi infinitas. Ya no es solo para mujeres ni solo para la clase excluida, y por como van las cosas, deja de ser una excepción para convertirse en la norma.

Coyuntura 2020

Así como el cine en streaming, los libros digitales y la telemedicina, la educación a distancia tuvo su punto de no retorno en 2020 gracias al coronavirus. Con las posibilidades que ofrece internet que van desde las videoconferencias hasta las aulas virtuales con plataformas como Moodle o Google Classroom, la educación a distancia emerge como modo seguro de continuar con el proceso de enseñanza-aprendizaje desde la profilaxia del hogar.

También se ha adicionado el debate de la educación en el hogar, en familia, con detractores y entusiastas, y los críticos históricos del sistema educativo, fundamentalmente conductista, que tiene en el aula y su ordenamiento territorial a su símbolo icónico.
Lo cierto es que la educación a distancia sí prescinde de las relaciones sociales asociadas a la escuela, y que además, hasta ahora sus efectos en niños no son concluyentes ya que bien sea por correspondencia, por radio, por TV o por internet, aprender desde casa, con un alto componente de autogestión, ha sido una experiencia reservada casi por entero solo a la población adulta.

Venezuela comenzó la experiencia masiva en marzo y ahora la retoma, en principio hasta el próximo mes de diciembre. Los críticos hablan de dificultades para que la experiencia sea estándar en todos los niños por razones materiales, otros por la carga que se achaca a la familia, no todas en las mismas condiciones para enseñar. Sus defensores rescatan el tiempo de hogar, de intercambio y de cercanía que ganan niños, mamás y papás, además de la seguridad frente a una pandemia que ya ha cobrado la vida de casi un millón de personas a nivel mundial en menos de un año. En algunos países reactivaron las aulas, en Venezuela aún nos lo tomamos con precaución y esperamos que amaine la pandemia. En términos pedagógicos, nos toca evocar a Samuel Robinson: “inventamos o erramos”.

Fuente: Últimas Noticias

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